Día 1: La llegada

Llegué. Lo sé con certeza porque a pesar de la oscuridad puedo ver a lo lejos las luces de las que he oído hablar. Camino hacia ellas y descubro que me adentré en el bosque. 

No hay nadie, solo las luces que parecen bailar a ras de suelo como bebiendo el agua del rocío de la hierba que lo cubre todo.


Una punzada en la nuca me hace voltear, me siento temerosa, sin embargo, el ronroneo de K en la oreja me tranquiliza.  

Veo a unos metros una luz amarilla y naranja que me atrae. Camino lentamente hacia allá con curiosidad. Mi corazón late de emoción. Al llegar, me doy cuenta de que estoy en una especie de santuario. No veo a nadie, así que decido adentrarme y explorar.

 

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